martes, 16 de octubre de 2007

Fútbol holandés. ¿Por qué son diferentes?

Es poco probable que en el próximo Europeo, o en el próximo Mundial, Holanda acabe ganando el campeonato. Es seguro que comenzarán entre los favoritos de todas las casas de apuestas, y que realizarán buenos partidos con jugadas y goles que probablemente acaben entre los mejores del torneo, de ésos que acaban siendo material de los típicos resúmenes decembrinos de lo mejor del año futbolístico y que servirán también de excusa para que multitud de periodistas deportivos con ínfulas literarias se explayen en sus columnas pontificando sobre la plasticidad de su fútbol. Es casi seguro también que acabarán cayendo ante el consabido equipo de previsibles triatletas alemanes, que correrán desde el inicio hasta el pitido final como si de conejitos Duracell se tratara; o ante la siempre consentida defensa italiana, liderada por el Tassotti o el Materazzi de turno; o quizá incluso ante un grupo de talento equiparable al suyo como pudo ser la Francia de Zidane o la Colombia de Valderrama, equipos de los cuales sólo surgen una vez en cada generación. Todo lo anterior dicho, es algo que podría ser aplicable casi con puntos y comas al caso de la siempre decepcionante selección española, a la que Holanda se parece si de crear falsas expectativas se trata.

Los parecidos terminan en los resultados, y en algunos ramalazos de juego brillante por parte de los españoles, exhibidos siempre en los partidos más intrascendentes de la competición, por supuesto. Si hablamos de carácter y de personalidad, de algo tan vago como lo que se entiende por "cultura futbolística" de una nación, habrá que convenir en que los futbolistas holandeses forman una comunidad bastante extraña si se los compara con el resto, vengan de donde vengan. De entrada suelen ser personas alejadas del divismo y la zafiedad que impera en ese círculo de atletas superprotegidos y desconectados del mundo real. Discretos y correctos, son además inteligentes y siempre están dispuestos a aprender con rapidez el idioma del país en el que juegan. En las ruedas de prensa, son también los que se expresan con mayor corrección y sin caer en la utilización de esa ultratrillada colección de tópicos futboleros que todas las semanas se abre paso hasta los titulares principales de la prensa deportiva. ¿Cabe rastrear el origen de todo lo anterior en alguna característica propia de la sociedad holandesa? Según el prestigioso periodista inglés Simon Kuper, sí. Simon es el autor de "Football against the enemy", el libro que mejor ha retratado las conexiones entre fútbol, política y sociedad en diversas partes del mundo.

Allá por los años setenta, Holanda tenía la mejor selección de fútbol de todo el globo. Reunía una colección de talento rara vez vista antes, para un país de su tamaño. Tal vez sólo Hungría en los años cincuenta y Uruguay en la década de los veinte lograron algo equiparable. Holanda era por entonces un país de unos catorce millones de habitantes, de los que aproximadamente un millón jugaba al fútbol con regularidad en algún club. Ningún otro país ha presumido nunca de un porcentaje tan alto de jugadores federados. Franz Beckenbauer dijo que finalmente entendió por qué los jugadores holandeses eran tan buenos cuando sobrevoló Holanda a bordo de un helicóptero y vió que allá abajo prácticamente no había más que campos de fútbol. La mayoría de ellos eran regados y cuidados por los ayuntamientos locales, eficaz testimonio del funcionamiento de la socialdemocracia holandesa. Estos campos eran utilizados por decenas de clubes que mantenían una estructura que solía incluir entre 5 y 10 equipos diferentes en cada categoría de edad. A cambio de una módica cuota anual, los clubes de fútbol funcionaban como una segunda casa para millares de niños en Holanda, donde recibían entrenamiento a cargo de profesores cualificados, muchos de ellos antiguos futbolistas profesionales.

Como muy bien relata Kuper, en otros países cuando dos aficionados al fútbol se conocen, la primera pregunta que surge es: ¿De qué equipo eres? Sin embargo, en Holanda la primera pregunta que se formula es: ¿Para qué equipo juegas? Porque los holandeses son en primer lugar jugadores, y en segundo lugar aficionados. Preguntado una vez Boudewijn Zenden, el ex jugador del Barcelona y Liverpool, por el club al que apoyaba de pequeño, contestó que ninguno, que él tan sólo jugaba. Es así como los clubes devienen en centros de reunión social para muchas personas más allá de la época en la que efectivamente juegan al fútbol, creándose una vinculación afectiva que dura toda la vida. No es raro encontrar en partidos de veteranos a antiguas estrellas del fútbol profesional que quieren seguir disfrutando del ambiente y la camaradería que se respira en estos clubes. Frank Rijkaard y Ruud Gullit volvieron a jugar para los clubes con los que se iniciaron en este deporte una vez se retiraron, en muchas ocasiones ante públicos de no más de una cincuentena de personas, que no se creían estar viendo a los que unos años antes habían estado defendiendo la camiseta del AC Milan.

Ojalá, pues, la Historia les haga justicia y finalmente en el próximo Mundial ganen ese título que en el '74 perdieron por su autocomplacencia, y en el '78 por cuestiones políticas.